La comida francesa es pura poesía servida en platos. Cada bocado de su gastronomía es una combinación de tradiciones, elegancia y explosión de sabores, pero todos ellos en perfecta armonía.
Y es que si hay algo que en Francia saben hacer bien, es transformar lo simple en sublime; lo cotidiano en inolvidable. Sus platos son un viaje gastronómico que te lleva desde pequeños cafés parisinos hasta las mesas rústicas de Provenza, todo impregnado de historia y pasión. Y como muestra de ello, hoy te traemos las mejores y más irresistibles propuestas de este país.
Sopa de cebolla: un clásico reconfortante
¿Quién iba a pensar que una sopa a base de cebolla podría convertirse en un símbolo gastronómico? Pero claro, si eres francés, haces magia hasta con las lágrimas que provoca picarlas. Este plato es parte de la comida francesa tradicional, y además de reconfortante, es un regalo para el paladar. Combina un sabor dulce con la profundidad de su caldo, y para darle consistencia, se le añade pan tostado que flota y una capa de queso gratinado.
Es el plato perfecto para los días fríos o para presumir de tradición sin complicarse demasiado. Al fin y al cabo, es una receta humilde, pero que han sabido vestir de reina con el caramelizado de las cebollas. Y para acompañar, no te olvides el vaso de vino blanco. En Francia, ¡hasta la sopa lleva su dosis de glamour!
Croissant: el desayuno francés por excelencia
Aunque no hay local francés que no cuente con esta delicia en su escaparate, su origen ha sido disputado entre varios países. Hay quienes decían que era de Rumanía, pero parece que viene del kipferl de Austria. En cualquier caso, hoy lo asociamos irremediablemente con la comida francesa típica, y a nadie parece importarle.
Crujiente por fuera, con múltiples capas en el interior y una textura marcada por la manteca. El secreto está en los kilos de mantequilla que llevan y en la técnica del laminado. Todo un arte al que no puede aspirar la receta del croissant envasado que conocemos en España. Si tienes la oportunidad, deléitate con él en alguna terraza parisina junto a un café noir. Un placer que bien merece la pena regalarse sin ningún tipo de remordimiento.
Ratatouille: el plato vegetal lleno de sabor
Quienes sigan una alimentación vegana o vegetariana están de suerte con la comida típica de Francia, porque entre sus destacados figura un plato de verduras. La receta tradicional de ratatouille lleva tomates, calabacines, berenjenas y pimientos.
Es un pariente cercano de nuestro pisto, pero en este caso, los ingredientes se suelen cocinar por separado para después unirse. De esta manera, cada uno mantiene su textura y sabor. Y de guinda, se bañan en aceite de oliva para intensificar el sabor. El resultado es tal, que si eres carnívoro te replantearás tus decisiones alimenticias.
El plato alcanzó fama mundial gracias a una película de Pixar, pero en las cocinas francesas lleva siglos siendo una estrella. Otra receta humilde que Francia ha sabido convertir en protagonista de su gastronomía.
Boeuf Bourguignon: guiso tradicional de la región de Borgoña
El Boeuf Bourguignon es la prueba definitiva de que la paciencia tiene recompensa. Este guiso es una oda al arte de cocinar lento y con mimo. Su ingrediente principal son trozos de ternera muy tiernos bañados en un mar de vino tinto; de Borgoña, por supuesto. Luego se acompañan con champiñones, cebollitas y zanahorias que se derriten en cada bocado.
Es un plato originario de Provenza que te abraza como una manta en invierno, pero también una excusa perfecta para abrir una botella de vino a mitad de semana. Eso sí, te recomendamos disfrutar de esta maravilla en un restaurante, porque su preparación lleva bastante tiempo. Si te gusta la carne, se te hará la boca agua.
Quiche Lorraine: un pastel salado lleno de tradición
¿Quién dijo que los pasteles son solo para los postres? La quiche Lorraine llega para romper esa idea con una mezcla gloriosa de nata, huevos y panceta. Todo ello sobre una crujiente base que desafía la gravedad.
Se trata de un clásico de la región de Lorena. Pero ojo, que no es un plato, es un salvavidas: desayuno, comida, cena o un picnic chic, encaja en cualquier momento del día. Como curiosidad, los puristas pueden mirarte raro si lo pides con queso, pero hoy en día es una opción muy versátil que se adapta a todas las preferencias. En la actualidad, la receta del quiche Lorraine ha sabido incluso reinventarse con ingredientes creativos. Consulta la carta del restaurante y déjate sorprender por sus diferentes variantes.
Escargots: una delicatessen para los paladares aventureros
Un escargot es un caracol, y si bien no son típicos en todas las regiones de nuestro país, aquí son otro de los clásicos de la comida francesa. Aquí son todo un lujo gastronómico, y te puede sonar raro hasta que los pruebas. Se cocinan con ajo, perejil y otras hierbas y con una cantidad indecente de mantequilla. Somos conscientes de que el primer bocado implica cierto valor, pero te podemos decir que te sorprenderán para bien. No obstante, si sientes que no son lo tuyo, como ves hay muchas otras propuestas gastronómicas igual de interesantes.
La experiencia completa implica sacarlos de sus conchas con una pinza especial. Y para aprovechar hasta la última gota de la salsa, que no te falte el pan para acompañar. Si hay algo que queda claro, es que en Francia, con mantequilla todo sabe mejor, hasta los caracoles.
Coq au Vin: pollo al vino, un emblema de la cocina francesa
El coq au vin se traduce literalmente como pollo al vino. Y eso es lo que es, ni más ni menos. El pollo se baña en vino tinto y se deja cocinar a fuego lento hasta que adquiere una textura jugosa y muy tierna. De acuerdo con la vieja tradición, este plato de la cocina francesa se preparaba con un gallo duro como una roca. Quizás era algo así como un reto el lograr cambiarle la textura.
Hoy, para ser más prácticos, se usa la carne de pollo, que ya de por sí, se deja cortar con mayor facilidad. El vino debe ser tinto y preferiblemente de Borgoña, y luego se mezcla con champiñones, zanahorias, panceta y un bouquet garni. Además de la mantequilla, el vino es otro clásico en esta gastronomía.
Confit de pato: una delicia del suroeste de Francia
El confit de pato es una especialidad procedente del suroeste de Francia. Se le considera un plato de lo más sofisticado; pero sin embargo, es bastante accesible. Aquí, el pato se cocina en su propia grasa a fuego lento, hasta que queda tan tierno que casi se deshace solo de mirarlo. Luego, para darle un toque crujiente y un color dorado, se pasa por la sartén unos pocos minutos.
Aunque quizás no te suene, este plato se ha ganado un lugar en mesas de todo el mundo. Lo que cambia, es el acompañamiento. Resulta difícil decir cuál es la mejor salsa para el confit de pato, así que te dejamos que explores en diferentes restaurantes. Combina bien con guarniciones simples como patatas confitadas o una ensalada, ya que no necesita mucho para brillar.
Bouillabaisse: sopa de pescado de la costa de Marsella
La sopa bouillabaisse es la respuesta de Marsella a cualquier otra sopa que intente hacerle sombra. Y es que no es solo una sopa de pescado; podría decirse que su preparación es todo un ritual. Por eso, no puede faltar en los mejores platos de la comida francesa.
Aquí se mezclan pescados y mariscos fresquísimos con un caldo especiado donde el azafrán manda.
Lo mejor de todo es su origen humilde: era el plato de los pescadores que aprovechaban lo que nadie compraba. Ahora, irónicamente, es una delicadeza que refleja los sabores del Mediterráneo y que puede costar tanto como un bolso de diseñador. Se sirve con rouille, que es una especie de mayonesa con ajo y especias que le da ese toque extra que te hace querer mojar pan sin remordimientos. Porque sí, la bouillabaisse es puro placer líquido.
Crêpes: dulces y saladas, el toque versátil francés
Las crêpes no necesitan presentación, ya que los hemos importado en nuestro país. Son el más puto ejemplo de versatilidad, porque como sabrás, puedes encontrarlos con relleno dulce o salado. Todo depende de lo que te apetezca cada día. Las propuestas más demandadas, y por tanto más comunes de encontrar, son la Nutella y la mermelada en las opciones dulces, y el queso y jamón para quienes prefieren salado.
Son originarias de Bretaña, así que si visitas esta región, busca una crepería tradicional y empieza con una galette, que es la versión salada hecha con harina de trigo sarraceno. La combinación clásica es jamón, queso y huevo, pero hay especialidades locales como vieiras o salchicha andouille. Para el postre, una crêpe dulce de mantequilla salada y caramelo. Acompaña todo con sidra bretona servida en un cuenco tradicional llamado bolée.
Macarons: pequeños bocados de dulzura y color
Los macarons son los reyes de la repostería francesa: pequeños, elegantes y casi demasiado bonitos para comer. Se trata de galletitas de almendra rellenas de crema, pero a pesar de su apariencia, son muy ligeras. Esconden un proceso de preparación casi quirúrgico, donde un paso en falso puede convertirlos en galletas planas.
Los encontrarás en mil colores y sabores, desde los clásicos de vainilla o pistacho hasta extravagancias como pétalos de rosa. Pero no te dejes engañar: aunque parezcan simples, cada bocado es un estallido de sabor perfectamente equilibrado.
Son muy populares en las panaderías parisinas, aunque los encontrarás a lo largo y ancho del país, porque son otra propuesta que también ha cruzado fronteras. A pesar de ser dulces, su precio puede ser un tanto salado para su tamaño. Pero es como los mejores perfumes, que vienen en formatos pequeños.
Tarte Tatin: el postre invertido más famoso de Francia
La tarte Tatin es un buen ejemplo de cómo los errores se pueden convertir en toda una genialidad. Según cuenta la leyenda, este pastel de manzana nació cuando las hermanas Tatin quemaron las manzanas que preparaban, y en un intento desesperado de camuflar el estropicio, pusieron la masa encima para salvar el día. Y vaya si lo lograron.
Las manzanas caramelizadas se fusionan con una masa crujiente en una combinación que roza la perfección. Se sirve caliente, con o sin nata, y nunca decepciona. Además, tiene ese toque rústico que la hace encantadora, como si te la acabaran de sacar del horno en una casa de campo. Así que, la próxima vez que algo te salga mal en la cocina, recuerda: podrías estar creando la próxima Tarte Tatin de manzana.
Quesos franceses: un mundo de sabores únicos
Los quesos franceses no son un plato en sí dentro de la comida francesa, pero son tan famosos, que no podríamos dejarlos atrás. Y es que los quesos son una parte esencial en la gastronomía de este país. Las variedades superan las mil, puesto que hay un queso francés para cada estado de ánimo y ocasión.
Los más conocidos son el cremoso Brie; el Roquefort, que te reta con su sabor intenso y azul, o el Camembert de Normandía. Pero también debes probar el Comté en Jura o el reblochon, que da vida al famoso tartiflette. Recuerda, no obstante, que los quesos franceses no se comen, se veneran. Por eso, se sirven a temperatura ambiente, con pan crujiente y, si te lo permites, un buen vino. Y nada de cortarlos al azar, hay protocolos, ya que son casi una identidad nacional.
Vinos franceses: la pareja perfecta para cada plato
Y dado que los hemos mencionado prácticamente en cada una de nuestras propuestas, no podíamos olvidar a los vinos franceses. Son perfectos para acompañar cualquier comida, y hay tantas variantes que, como con los quesos, te costará decantarte por un vino en particular. Los más populares son los vinos de Burdeos, Borgoña y Champaña, cada uno con su propia personalidad.
Tinto, blanco, rosado o espumoso, hay uno para cada plato, humor y compañía. El secreto está en su terroir, que tiene en cuenta el tipo de suelo, las condiciones del clima y el tipo de uva. ¿Quieres un vino para un queso fuerte? Prueba un Châteauneuf-du-Pape. ¿Algo ligero para un día de más calor? Un rosado de Provenza nunca falla. Aquí hasta el vino más humilde tiene su pedigree.
Por qué la comida francesa es una experiencia que no te puedes perder
La comida francesa es un viaje sensorial. Cada plato cuenta una historia: de campesinos que transformaron ingredientes humildes en exquisiteces, de regiones que dejaron su alma en recetas únicas y de chefs que hicieron de sus cocinas auténticos laboratorios de sabor. Desde el primer crujido de un croissant hasta el último sorbo de un vino borgoñón, la gastronomía francesa te transporta por siglos de tradición y pasión culinaria.Y lo mejor es que no necesitas ser un experto para disfrutarla: basta con un buen apetito y ganas de descubrir. Si quieres vivirlo en persona, solo necesitas un viaje organizado en Francia que te lleve por las mejores ciudades. ¡Bon appétit y buen viaje!