¿Cómo algo tan cercano puede parecer tan lejano? O, al contrario, ¿cómo algo tan lejano puede ser tan cercano? A menudo, la distancia cultural también parece dibujar nuevas fronteras en nuestra concepción del mundo. Lo antropológico se funde con lo geográfico. Pero, sea como fuere, es fascinante que el exotismo más recóndito pueda estar tan cerca… ¿O no?
Es suficiente visitar Marruecos para entender que la distancia no es tanta. Casi se puede ir nadando; los vuelos a Marrakech salen de España como autobuses de línea, basta con tomar un ferri para llegar en coche. Apenas si hace falta pasaporte… Pero, más allá de las facilidades materiales, cada día en Marruecos servirá para comprender la gran cercanía con España.
Música, el Atlántico: Essaouira
Desde pequeño, visitar Marruecos me parecía una utopía. Aquellas místicas tierras en las que Jimi Hendrix pudo encontrar una espiritualidad nueva. La Essaouira de casas blancas y azules. Las gaviotas planeando sobre los vientos alisios, que refrescan de aire atlántico el desierto. El olor a pescado asado mientras el sol se pone frente a las dunas de Diabet.
La leyenda sitúa a Hendrix fumando, hablando con sus amigos, tocando la guitarra y escuchando música gnaoua. La historia de Essaouira creció hasta atribuírsele la inspiración para la canción de Castles Made of Sun, que en realidad había sido lanzada un par de años antes. Essaouira y la costa atlántica marroquí como el súmmum de la cultura hippy, ubicada en un imaginario temporal, geográfico y cultural tan alejado. ¿Y saben qué? Resultó que no había cambiado tanto.
Que, tras un vuelo de un par de horas a Marrakech y solo 300 quilómetros en coche, de repente me daban ganas de buscar a mi guitarrista favorito en los callejones enjalbegados, porque las sensaciones eran tanto o más intensas que las de cualquier crónica que hubiera leído. Essaouira sigue siendo real y esa costa, un sueño de los 60.
Literatura, la ciudad: Marrakech
¡Marrakech, por cierto! Otro buen ejemplo de lo mitológico traído a la realidad. En este caso, más literario, de mano de uno de los mejores novelistas españoles, Juan Goytisolo, que hizo de Marrakech su casa en los últimos 20 años de su vida. Su pasión iba mucho más allá y se extendía a toda la región del Magreb, que dejó una impronta en la estética y carácter de su obra.
La plaza Jemaa-el-Fna no fue solo una inspiración, sino también un lugar que habitó y en el que sus vecinos de acogida le rindieron culto en el momento de su muerte. Algo que también entendí al llegar. Visitar la plaza central de Marrakech podría computar por visitar Marruecos entero. O, si me apuran, por visitar toda la humanidad. Parece que allí ocurre todo lo que puede ocurrir, su fuerza es arrebatadora, uno se siente en el vórtice de una tormenta, en el torbellino de la historia del que no puede (ni quiere) salir.
Cocina, la medina: Marrakech otra vez
El centro de Marrakech es como el imperio de los sentidos: los olores a especias y a las tintas de color añil que los tuaregs usan para teñir sus túnicas, el canto de los almuédanos que proyectan los minaretes, los escapes de ciclomotores rodeando la plaza, los sabores de mil tipos distintos de té, el remolino de colores que salpica el marrón uniforme de las fachadas… Se me quedaron grabados como un tatuaje, como una de esas primeras veces en las que se descubre algo para toda la vida. Entre todas las sensaciones, los platos tradicionales, que aromatizan cada esquina, es lo más inolvidable.
Aún hipnotizado, cuando me decido a abandonar la plaza, las calles de la medina (que significa, literalmente, ciudad) son como relámpagos de la tempestad en que me encuentro. Da igual en qué sentido camine. Visitar Marruecos implica dejarse llevar por la intuición, avanzar hacia donde las calles giren, permitir que alguien te invite a tomar un té en una tienda y regatear hasta el hartazgo, probar el hasta el último sabor.
Pintura, la kashbah: Ait Ben Haddou
Si la laberíntica medina es una forma de vida peculiar, no lo es menos la kashbah. Aunque pueden llegar a ser sinónimos, esta última ya exige salir de Marrakech, y tiene un significado más próximo al de ciudadela; es una especie de alcazaba amurallada, construida con barro y adobe, con la que los pueblos bereberes conseguían defender sus hogares y almacenar sus cosechas y provisiones de comida.
En concreto, la de Ait Ben Haddou es uno de los nueve Patrimonios de la Humanidad que alberga Marruecos y, sin duda, la más espectacular de todas. Los altos muros de su color rojizo uniforme, los ventanucos como agujeros de bala, las almenas custodiándome como las gargantas de un precipicio, y todo tan integrado en el paisaje que se diría que fue construido por la propia naturaleza para denfenderse de sí misma. Pero también como una postal en su propio homenaje, como un cuadro en honor a la belleza del desierto.
Aunque las demás puedan no ser tan llamativas, este tipo de fortificación es tan habitual en el país, que existe la llamada ruta de las kashbah, el mejor pretexto para adentrarse en el desierto y entender por qué su magia lo hace imprescindible para quienes quieran visitar Marruecos. No merece realmente la pena narrar qué es el desierto, porque es que, además, este es el desierto por excelencia: el Sáhara.
Enfrentarse a esa infinita extensión es justo lo contrario a encontrarse en la plaza central de Marrakech. La inmensidad vacía, incitante a conocerla, pero a la vez agresiva, peligrosa, ignota. Las constantes más esenciales cambian. Siento el sol erosionar mi piel, la humedad disminuye, la luz se proyecta de otra manera, las sombras son confusas, la incertidumbre crece ante una fauna terrorífica. Te sientes perdido dentro de un cuadro.
Cine, el desierto del Sahara
Si hasta ahora escuchamos los acordes de Jimi Hendrix junto al mar y leímos las palabras de Goytisolo en la ciudad, el desierto marroquí nos lleva al cine: mientras avanzo en coche por el desierto, pienso en las imágenes áridas de Babel, pero, sobre todo, en las aventuras de Star Wars.
No importa que, en realidad, hayan sido los poblados bereberes de Túnez donde se alojaba la cantina en que Obi-Wan y Luke son detenidos, o donde Anakin fue esclavo. La sensación de estar en un lugar extraterrestre es exactamente la misma cuando uno visita Marruecos y llega a este entorno indefinible.
Escultura, los Cañones del Todra
Pero si tengo que remitir este fascinante país a un tipo concreto de arte, esa sería la escultura. De tan perfectamente impresionante, se diría que la garganta del Todra y el Valle del Dadés fueron creadas por el ingenio y el instinto artístico más enrevesados del ser humano, como la transición perfecta entre el desierto y las increíbles montañas del Atlas. Esta es la cicatriz hacia el corazón del país, donde mejor se condensa toda su personalidad, donde confluyen sus paisajes más representativos, donde nuestra curiosidad por visitar Marruecos no hará más que aumentar.
En Marruecos, los sentidos crecen, inspiran a continuar viajando, a crear nuestra propia aventura.
¿Quiere saber más sobre este fascinante país? Aquí encontrará nuestro artículo sobre qué ver en Marruecos.